No tenía nada escrito en la piel, pero en el aire a su alrededor desaparecían con lentitud cientos de palabras. Él acarició, casi con miedo, su espalda desnuda en la oscuridad. Tenía un tacto áspero, desagradable; aún así no dejó de tocarla. Era sencillo, era complicado. Todo en los últimos segundos parecía poseer un aura de irrealidad y de sueño incomprensible. Paró su caricia, ella le había cogido la mano. La muñeca se partió con un chasquido y él cayó de rodillas. No se quejó; sólo dejó que una lágrima se asomara a su mirada..